jueves, junio 26, 2008

Este no es un texto amable


Después de haber leído algunas cosas relacionadas a la victimización de la mujer en la historia de la humanidad, y sobretodo de haberme experimentado a mí misma como víctima infinidad de veces, descubrí algo. La verdad es que la victimización de la mujer no existe. Es, como miles de otras cosas en este mundo, una idea a la que hemos dado forma, corporizándola a través de palabras e imágenes. La verdad es que la mujer sufre esa victimización en la misma medida que usufructúa de los beneficios de ser víctima. La víctima no tiene que responsabilizarse de sí misma, de su propia infelicidad, porque siempre puede culpar por ello a su victimizador masculino, al “hombre-no-amoroso” al cual se apega enarbolando la bandera del “amor”.

Ahora, se ha detenido la mujer a pensar cuál es su rol en todo esto? Ella espera que el hombre sea amoroso, pero quién guiaría a la naturaleza masculina hacia semejante cosa? Se enseña a los hombre a ser amor, o más bien se les enseña a ser odio, competencia permanente incluso en la amistad con sus pares? Es la responsabilidad de ser la guía amorosa del hombre lo que asusta a la mujer y la hace quedarse en el rol de víctima y sus versiones posmodernas? Las chicas “a lo Sex & The City” (no por nada es tan popular el asunto) también son “víctimas” a las cuales “les suceden” cosas que aparentemente no pueden controlar si no es a través de la manipulación emocional o algún tipo de evasión. Siempre queremos controlar algo, hombres y mujeres, con la esperanza de que en ese “control” hallemos el éxito, el amor o la felicidad, y la manera femenina por excelencia es la manipulación emocional. Ésta es la manera en que tradicionalmente se educa a la mujer para sacar partido de su rol de víctima. Tú me sometes, tú te resistes a mi “amor”, tendrás que soportar mis quejas, lágrimas y mis gritos, entonces...La seducción, por cierto, no es más que la contracara melosa de la mujer en llanto. Las dos persiguen una misma quimera: reafirmar su existencia a través de otro, y hacérselo pagar de algún modo en caso de que ese otro oponga resistencia. Para ello utiliza todos los medios a su alcance, porque la sociedad le ha dicho que eso está bien y es lo que se espera de ella. Pero qué clase de amor verdadero querría tomar revancha por su propia infelicidad...qué clase de amor verdadero podría albergar infelicidad alguna? El amor humano, claro.

Como estamos todos funcionando, adentro de esta Matrix, como el perro de Pavlov, por reflejo condicionado, el falso hombre está muy acostumbrado a caer en las trampas y manipulaciones de la falsa mujer, y hasta “disfruta” con ello. Y viceversa. Ambos refuerzan sus egos en este proceso, tanto si momentáneamente “consiguen lo que quieren” como si lo “pierden”. Es lo mismo. En verdad, no se logra ni se pierde nada, si bien lo falso se atrae y complementa muy bien. Nadie parece querer afrontar la incómoda verdad.

Las mujeres que critican a los hombres en el fondo desean mantenerse en un rol inmaduro de nenas caprichosas y quejosas...la crítica, especialmente compartida con las amigas, y saturada de ironías y placeres mundanos, bien a lo Sex & the City, es una válvula de escape a la frustración amorosa, una alternativa a confrontar el hecho dolorosísimo de no sentirse verdaderamente mujeres. Se enseña falsamente a las mujeres que una “mujer” viene en un determinado envase temporal y debe actuar de manera “seductora” a fin de lograr la relación “amorosa” que la hará sentirse “plena”. Algunas mujeres reemplazan el logro amoroso por el profesional, que es la trampa que se enseña a los hombres. Es apenas un detalle. Se enseña a la mujer, igual que al hombre, a salirse de sí mismo, en apoyarse en cosas del mundo para ser...un terrible error.

Una verdadera mujer pone límites a cualquier intento de descalificación o minusvaloración (la clásica arma masculina) con suavidad y firmeza, muchísimo antes de llegar a las quejas y los llantos. No es honesto llegar a eso, porque requiere previamente haber pasado muchas cosas por alto con la esperanza de poder cambiar o manipular al otro con el poder de un falso amor basado en seducciones y negociaciones. Nunca funciona por mucho tiempo. No corresponde al hombre colocar a la mujer en su rol espiritual, ancestral y sagrado, de dadora y receptora de amor: esta tarea le corresponde a ella misma. Las mujeres de la posmodernidad tienen que desandar un largo camino de regreso a su verdadera, mágica y sabia esencia. En ese camino se van dejando a un costado las culpabilizaciones de cualquier tipo, el resentimiento y la infelicidad. Porque solo una mujer que ame la vida en su forma esencial (no la vida del shopping y la empatía catártica con sus amigas) puede saber quién es realmente.

Creo que, en este sentido, los hombres hacen un bien cuando actúan “mal”. O sea, cuando no se responsabilizan del dolor de la mujer. Se espera que si el hombre “compra” el paquete, lo haga responsabilizándose de los sentimientos de la mujer (algún que otro libro de autoayuda que anda por ahí tiene este tipo de enfoque), al fin de cuentas para eso ella lo manipuló, resistiendo sus avances sexuales durante un tiempo o utilizando cualquier otra técnica que tenga que ver con la excitación y postergación del deseo. El más flaco favor que se le puede hacer a una persona es responsabilizarse por sus sentimientos. Es postergar su propia evolución, que en un punto del camino tiene, sí o sí, que enfrentar la responsabilidad personal. Sucede que, como en todo, somos muy buenos en tomar la parte placentera del negocio, y no tanto en recoger los platos rotos. Pero este “actuar mal”, esta lamentable astucia, no es más que la culminación de un entramado de negociaciones y dependencias al que le ponemos el título de “relación amorosa”.

Mucha gente se queja de que hombres y mujeres actúan inescrupulosamente al no respetar sus contratos tácitos o de hecho en relación al “cuidado afectivo” de la otra persona. Decimos que este cuidado es un valor humano, donde la preocupación por el otro es directamente proporcional a la “importancia” del compromiso asumido. Pero sería muy hipócrita no admitir también que la persona que espera el rédito de esa responsabilidad no lo hace desde un lugar de amor (que nunca espera nada puesto que no conoce la necesidad), sino desde un lugar de ego herido, que es siempre un falso lugar, por legitimado que esté. Tratamos nuestras relaciones como una negociación y luego nos quejamos por la falta de amor del otro. No es de extrañar. Nunca hay amor cuando hay un interés personal.

Cuando el hombre, o la mujer, actúan inescrupulosamente, desde un lugar recóndito de su ser están obligando al otro a hacerse cargo de su propio dolor. Lo cual suena muy cruel, dentro de nuestra melosa y falaz concepción del amor. Y sin embargo, es una bendición. Tal vez nunca una mujer o un hombre se verían impulsados a mirar dentro de sí mismos de no ser aguijoneados por esta clase de dolores, y entonces tal vez nunca saldría a la luz el hombre verdadero, la mujer verdadera, que el otro con su “mala conducta” está empujando a la superficie.


Una mujer y un hombre no son sus éxitos ni sus logros, sean estos amorosos, profesionales, intelectuales o del calibre que sean. No son sus posesiones. No son sus experiencias, sus gustos, sus gracias y manías, aunque se definan a sí mismos por todo esto. Se puede dar la vuelta al mundo y aún no saber qué es el mundo, qué es la vida, qué es Ser. Hemos olvidado cómo ser (la cosa más simple y esencial) y lo andamos buscando por ahí afuera (donde, naturalmente, nunca va a estar), a la espera de que alguna experiencia extraordinaria, alguna persona extraordinaria y realmente a la altura de la opinión que nuestra personalidad, nuestro ego tiene de nosotros mismos, nos lo revele. Y culpamos a las circunstancias, al pasado, a otras personas, todo con tal de no hacernos cargo del asunto...de que eso que no pasa afuera es algo que tiene que pasar primero adentro.

No hay verdadero amor hasta no descender a nuestro propio infierno personal y hacernos COMPLETAMENTE responsables de lo que sucede ahí adentro. Porque atrás de las miserias y mezquindades de nuestra personalidad, está la perla de la esencia del Ser: aquello que verdadera y únicamente somos, tapado como el corazón de una cebolla por sucesivas capas de mundo e infelicidad.

La vida no es infeliz. La vida es siempre dichosa, y sólo espera que la descubramos en nuestro interior para manifestarse afuera.

Y solamente eso, descubrir el amor dentro de nosotros como algo que simplemente ES, todos los días y bajo cualquier circunstancias, atemporal e imperturbable, es lo que puede sanar al mundo, construido en y desde la negación de ese amor.

Por eso el “amor” que propone el mundo no es real.

Por eso la gente dice amarse cuando sólo se junta medrosamente, a la espera de prolongar sensaciones de placer (cuando la naturaleza de la sensación es justamente su no permanencia en el tiempo) y evitar sensaciones de dolor que podrían emanar de la soledad, para enfrentar la vida (esa lucha permanente, según aprendemos) con uno, dos o más “aliados”. También tratamos de hacer alianzas afectivas con nuestros amigos, y decimos que los amamos cuando sería más apropiado decir que nos sentimos atraídos hacia ellos porque nos idenfiticamos, porque vemos refeljado algún aspecto de su infelicidad en nuestra infelicidad y eso nos “tranquiliza”. Usamos la palabra “amor” para justificar nuestros propios temores a perder las imágenes que proyectamos, y que otros nos espejan, de nosotros mismos.

Los mayas decían que en esta época el hombre se confrontaría con el mundo de los espejos, es decir, con la imagen falsa de sí mismo, que es la imagen del mundo.

Como no queremos afrontar esa verdad, la tapamos con hechos, con palabras. No nos quedamos quietos en silencio, observando...no tenemos tiempo, claro. Estamos ocupados tratando de lograr cosas ahí afuera, en el mundo.

Hablamos, hablamos, hablamos. Mucho. Demasiado. Sobretodo las mujeres. Nos pasamos la vida rellenando el tiempo con palabras y situaciones que supuestamente deben proporcionarnos la “sensación” de felicidad, o al menos de consuelo de saber que “a otros también les pasa”, entonces dejamos que nuestras emociones y nuestra necesidad (artificialmente inducida)de identificarnos con algo externo a nosotros mismos tomen las riendas de nuestra vida. Vivimos en un mundo mental, lleno de imágenes y pensamientos, y muy poca o casi ninguna vida. A la vida la hemos convertido en excitación, entonces necesitamos cosas, situaciones y personas que nos exciten y nos calmen para sentirnos “vivos” y para escapar del dolor y la infelicidad que inevitablemente sobrevienen. No porque sean parte de nuestra esencia, ni mucho menos de la vida o del amor (aunque miles de canciones y poemas escritos por personas igual de perdidas y propensas a huír del dolor y perseguir el placer que nosotros afirmen lo contrario, que el “amor” está ligado al placer y al dolor y otros disparates por el estilo, para justificar su propio sufrimiento haciendo al amor responsable...siempre necesitamos que alguien cargue el muerto por nosotros), sino porque son parte del mundo que NOSOTROS hemos creado.

Yo he sido, hasta ahora, una de esas personas inmaduras e irresponsables, llenándome la boca con la palabra amor sin tener idea de lo que es eso, sin mirar verdadera y muy profundamente en mi interior. La verdad es que no sé qué es el Amor. No hay preparación intelectual para esto. Es permitir que suceda un proceso que sucede para todos aquellos que lo permiten. Es el proceso de elegir la vida verdadera, no la vida falsa en la cual nadamos quejumbrosos, excitados, temerosos, enojados, alejados irremisiblemente de nuestro verdadero ser apacible y dichoso. Es, dicen, un proceso bastante parecido a la muerte, necesaria para que lo Verdadero pueda renacer.

Estoy en el proceso de disolver el ego, de morir a mí misma, de renunciar a mi personita pequeña y mezquina. A sus gustos, sus manías, sus caprichos, sus falsedades. Es difícil, básicamente porque nos enseñan a creer que esa triste persona somos nosotros, que sin ella estamos perdidos. La primera cosa es darse cuenta de que está ahí, y de hasta dónde llega (en esta época oscura y hedonista está muy extendida) Cuántas áreas de nuestra vida están tomadas por el cáncer de nuestra personalidad, nuestros apegos, nuestros miedos, gustos, disgustos, nuestra negación a aceptar el regalo de la Vida tal cual es, sin convertirla (sin pervertirla) en otra cosa. Se podría decir que estamos en guerra permanente con la Vida verdadera, entonces no es de extrañar que nunca tengamos paz verdadera. El cáncer de nuestro ego nos va matando lentamente hasta convertirnos en unos zombies movidos como resortes en una perpetua búsqueda de placeres, en una permanente huída del sufrimiento, sin advertir que una cosa es la contracara de la otra y tarde o temprano rota para mostrarnos su otra faz, como la luna, porque en el mundo de la dualidad que construimos no existe una cosa sin su opuesto. El yin y el yan.

Por eso es fácil distinguir lo real. Lo real no tiene opuesto.

No es fácil despegarse del sufrimiento, porque la verdad es que estamos muy apegados a él. Nos hace sentir seguros; pero la Vida Verdadera es incertidumbre y lo que hacemos es crearnos la seguridad de un barco permanentemente anclado. Es parte de nuestros apegos al mundo, como las posesiones y todo lo demás. La verdad es que estamos muy identificados con nuestro dolor muy bien negado o muy bien justificado, tanto da, y no queremos desprendernos de él. Nos preguntamos quiénes somos sin ese dolor.

Somos Vacío.

Somos la Nada.

Somos Amor.

Amor que no elige su objeto, porque el amor JAMÁS elige...simplemente se expresa, brindándose a sí mismo.

En cada elección está la trampa de una identificación con nuestro yo infeliz en permanente anhelo de cosas externas que “nos darán la felicidad algún día”

La dicha verdadera no existe en el futuro.

Ni tampoco en el pasado.

Por más que vivamos en ellos en nuestros pensamientos, si es que a eso se le puede llamar vida...

La única dicha verdadera es AHORA.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Prometo tomarme el tiempo de hacer un comment acorde a lo escrito, por el momento me limito a decir: brillante =D

 
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