miércoles, enero 10, 2007

Figurita repetida (un post Cosmo...jaja)

Composición. Tema: Las imágenes ideales. Suena a tema de terapia, no? Los ideales...ah, eso que tenía que ver con los padres. En verdad, no sabemos si vienen de ahí, los arrastramos de otra vida o qué, pero lo cierto es que ahí están para complejizar, aún más, el ya de por sí complejo tema de las relaciones.

Pero más que de los ideales como valores abstractos, me gustaría hablar de los ideales como imágenes (que, como todo símbolo, connotan cosas). Parece ser que los que tienen más mambos con este tema, a la hora de relacionarse con el sexo opuesto, son los hombres. Es decir (y aquí viene la hipótesis), los más afectos a condicionarse por las imágenes y sus supuestas connotaciones en su elección de pareja. Vivimos en una cultura hipervisual, y los hombres son (cultural o biológicamente? Alguien sabe?) más visuales que las mujeres. Aquí viene la segunda hipótesis: los hombres se enamoran a primera vista, o no se enamoran (esto, dicho por algunos miembros del sexo opuesto).

Las mujeres, en cambio, solemos volcar la idealización a la relación en sí, más que a la otra persona, y aquí obviamente trascendemos el terreno de lo visual. ¿Qué queremos decir con todo esto? Seguro que a más de una señorita le pasó de empezar a salir con un chico, tener química, gustarse, que el sexo fuera bueno (o muy bueno, o incluso excelente) y todo marchara aparentemente sobre ruedas y de pronto (o paulatinamente) todo terminara sin razón aparente. La respuesta podría ser muy simple: simplemente, ella no correspondería al microchip que él traía en la cabeza acerca de cómo tiene que verse y comportarse su elegida. Por más que después la conociera, le gustara y la pasaran bárbaro juntos, hay algo, desde su punto de vista, que está mal desde el vamos y por desgracia, muchas veces el modificarlo escapa a su poder. De más está decir que la mayoría de los hombres ignoran poseer este microchip...o mejor dicho, no saben bien cómo funciona, qué es exactamente lo que lo hace dispararse.

El tema de la imagen, por supuesto, es de por sí muy delicado para las mujeres. Acostumbradas durante siglos a ser valoradas esencialmente por nuestro aspecto, automáticamente pensamos que no somos lo bastante lindas o lo bastante buenas, con el consiguiente impacto en nuestra autoestima. Pensamos que el problema es que no correspondemos al ideal que nos venden los medios y consumido masivamente (que en estas pampas es por demás cerrado y merecería un análisis aparte). Para paliar estos desagradables sentimientos, comenzamos a culparlo a él y a decir cosas como “otro japonés más”, “los tipos no saben lo que quieren”, “tiene miedo al compromiso” (vamos, chicas...nosotras no?), “lo mordió un caniche de chiquito y en su inconsciente me asocia a mí con el caniche porque tengo rulos”, etc., etc. La buena noticia es que los hombres que adscriben al ideal mediático son los que menos valen la pena, desde mi humilde opinión. Simplemente porque no les da la cabeza para construirse una imagen propia, agarran la que les venden como modo de afianzar su masculinidad (o sea, la relación para ellos es esencialmente una relación de poder) y sin pararse a pensar en las cosas lamentables que eso connota...



Afortunadamente (qué uniforme y aburrido sería el mundo sino), también existen hombres que construyen imágenes ideales que no coinciden con los estereotipos o el ideal de belleza contemporáneo (que no es un valor en sí, sino algo que está sujeto al tiempo y a la subjetividad). Y nosotras, ¿cuántas veces hemos reconocido que un hombre era el más lindo del lugar, pero elegimos a otro que, sin ser Adonis, misteriosamente nos atrae?. Los hombres suelen correr detrás de las imágenes porque la educación y los medios los entrenan para eso...para tener el auto más grande, la chica más linda (sí, obvio que todo esto tiene que ver con el famoso falo y sus “extensiones” imaginarias).

La mala noticia es que todos (corríjanme si me equivoco), todos los hombres, desde el más liberal al más conservador, van con su imagencita de la mujer ideal a cuestas, de manera más o menos inconsciente. En realidad, lo que es inconsciente es el modo en que eso los condiciona a la hora de las relaciones.

El problema, desde la perspectiva femenina, generalmente más preocupada por la relación que por las imágenes mentales, es que eso condena cualquier relación donde la mujer no coincida con esa imagen a un fracaso más o menos previsible. Esto, a no ser que el hombre decida renunciar a casarse con la princesa del cuento que le leía mamá cuando era chico y valorar las cualidades de una mujer real...Pero esa decisión, si se produce, es individual y no obedece a la presión (intentar que alguien cambie es una pérdida de energía que vale más emplear para cambiar uno), sino a la maduración.

El otro problema es que a través de este modelo tradicional estamos perpetuando el rol pasivo de la mujer como la que espera pacientemente ser elegida por el caballero que, o bien cae rendido a sus pies, o bien se queda con ella haciendo tiempo mientras busca a “la verdadera”. Es como la historia de Tristán e Isolda...la doncella que era “parecida” a Isolda logra que el héroe en cuestión le de un poco de bola (pero sólo un poco), y justamente el narrador se encarga de aclarar que eso es solamente porque era parecida...but not “the one”.

Si la mujer aspira a su vez a elegir, a ser sujeto y no sólo objeto del deseo o símbolo de los valores/ ideales de un hombre, está frita con este modelo. ¿Cómo elige una mujer a un hombre para empezar una relación? Dejando de lado las cuestiones de disponibilidad/ factibilidad (que no son menores), la conditio sine quanon como para empezar a evaluar la cosa suele ser: me tiene que gustar físicamente. Que es la misma que tienen los hombres...para las relaciones casuales. Para las relaciones “serias”, sacan directamente la figurita ideal del bolsillo y empiezan a ver si coincide.

Para aclarar un poco la cuestión, tanto a los hombres como a las mujeres nos moviliza la apariencia del otro. Es inevitable: nos gusta o no, nos produce rechazo o atracción. Asimismo, todos somos capaces de describir aproximadamente en palabras las cualidades que nos gustaría que tuviera nuestra hipotética media naranja. El tema es que los hombres (y algunas mujeres también), le suman a todo eso el tema de la imagen ideal, que es exactamente eso, una imagen en términos de apariencia, modo de vestir, gestos, maneras, donde es muy difícil rastrear las asociaciones con cualidades o valores internos y el grado de verosimilitud que tienen con la mujer real que supuestamente la corporiza, sobre todo cuando el hombre aún no la conoce bien. Nótese la diferencia entre sentirse atraído por la imagen de alguien (soy la única que se ha sentido atraída físicamente por hombres que no tenían nada que ver unos con otros en cuanto a su aspecto? Sí, ya sé lo que me van a decir, chicas...sepan que hubo un tiempo feliz en que yo gozaba de un criterio más amplio...jaja) y el pensar, en un nivel inconsciente, que esa imagen representa, o no ,ciertos requisitos/ valores/ símbolos necesarios como para considerar la posibilidad de una relación seria. Es medio bizarro, no? Digo, ahí es cuando las mujeres lanzamos el clásico comentario “cómo puede descartarme o elegirme, si no me conoce?” Y sí...no nos conocen, pero creen conocernos por una imagen que tiene que ver con cosas tan banales como si tenemos el pelo enrulado o no (vamos a decirlo claramente, en este país el pelo rizado es raramente parte de una imagen ideal...las chicas Wellapon NO tienen el pelo rizado), el jean apretado o no. Es así como los hombres sacan rápidas conclusiones de las mujeres que apenas conocen. La sed no es nada...


Algunas aclaraciones. Hay, hasta acá, dos diferencias propuestas entre el modo en que hombres y mujeres eligen potenciales parejas (tanto casuales como serias). En el caso de las relaciones casuales, en lo que los hombres se fijan (una verdad de perogrullo, ya sé), es en el físico, y ahí entra el famoso tema del ideal massmediático teta-cola (perdonen que sea tan explícita, pero es así). Cuando, siquiera inconscientemente (soy mala, eh?), consideran la posibilidad de algo más, sacan la figurita ideal del bolsillo. ¿Y qué solemos hacer las mujeres? Primeramente, no sabemos a ciencia cierta si la relación va a ser esto o lo otro. Lo que sí sabemos, conditio sine qua non para cualquier cosa, es que el otro nos gusta, nos atrae (y eso, ya dije, no tiene que ver con si para el criterio standard es atractivo o no). Después vamos viendo sobre la marcha si la cosa da para esto o para lo otro. Nunca entendí, y sé que no soy la única, cómo hacen los hombres para saber cuándo se van a poner de novios, cuándo se van a casar, como si decidieran el momento adecuado para cerrar un negocio o algo así (bueno, creo que es más que una metáfora, es exactamente eso lo que pasa, el famoso enfoque mercantilista de las relaciones). Como dice una amiga mía, parafraseando a Cortázar: a las Julietas no se las elige. Vivimos en una sociedad que, sin embargo, nos insta a creer exactamente lo contrario. En cuanto a las imágenes ideales y cómo nos afectan a las mujeres, creo que las sufrimos más de lo que las utilizamos...me parece que sólo las pendejitas (de edad o de mente) se dejan llevar por los ideales massmediáticos de hombres consensuadamente deseados, no las mujeres de verdad. Es la razón por la cual podemos enamorarnos de un hombre con pancita, mientras que ellos están condicionados (aunque sea inconscientemente) a tratar de tener a la más linda, ganar más plata, tenerla más grande, etc. Chicos...cuándo se van a dar cuenta de que más no es necesariamente mejor...

Hay además, otro problema (sí, otro más!). Cuando un hombre nos elige de esta manera (ya sea la manera teta-cola o la manera figurita de bolsillo), lógicamente precipitada porque se trata más o menos del tiempo que tarda en sacarnos una foto, qué es lo que está eligiendo en realidad? Nos elige a nosotras, a lo que nosotras consideramos valioso en nosotras mismas (que puede incluír nuestra imagen externa, pero probablemente incluye también más cosas), o elige lo que él considera que representamos y que tal vez a nuestros ojos es irrelevante? A toda mujer le gusta ser valorada como especial, o mejor dicho, por lo que ella percibe de especial en sí misma. Éste, chicos, (por si queda alguno en el blog...jaja, y para que vean que valía la pena tolerar mis maldades), es el gran secreto para conquistar a una mujer, conocido y explotado por los grandes seductores de la historia. Pero bueno, la seducción es capítulo aparte, hay mucho que decir sobre este tema también.

Por ende, y a no ser que el chico en cuestión sea muy perceptivo/ intuitivo, es difícil que nos esté eligiendo, en dos segundos, por lo que a nosotras nos llevó años de “autoconvivencia” descubrir. Tal vez esté descubriendo una parte inexplorada de nosotras mismas, lo que sería interesantísimo. No digo que no sea posible, pero no es el caso más común. Hasta ahora tenemos dos problemillas básicos: a la hora de “candidatearnos” para una relación, a las mujeres nos consideran por nuestra cercanía o lejanía con respecto a una imagen mental. Obviamente hay otros factores, pero lo que se postula acá vendría a ser que la imagen mental ideal es el factor eliminante, a la corta o a la larga. Por otro lado, aún cuando resultemos “elegidas”, puede muy bien ser que se estén confundiendo en cuanto a los motivos, justamente por el modo de hacer esa elección. El conocimiento de otra persona es algo que lleva tiempo y paciencia, algo en escasa sintonía con los valores que propone la sociedad, basados en conseguir lo máximo lo antes posible.

La ventaja (si podemos llamarla así...) que tiene la mujer es que ella puede llegar a enamorarse de un hombre, aún cuando en un principio físicamente no la atraiga demasiado. La clave está en lo que mencionaba antes: cuánto y cómo, en qué medida y con qué constancia, demuestra el hombre que está sinceramente seducido por la mujer que ella es, o más simple, sinceramente enamorado de ella. Es raro, muy raro que a un hombre le suceda lo propio. Los hombres suelen ser insensibles a este tipo de trabajos de orfebrería para seducir a alguien (no digan que no se los avisé...) Eso suele ponerlos en la posición, incómoda para muchos, de “los que son elegidos”, cuando ellos lo que en realidad quieren es tocar el cuerno y salir de cacería, eligiendo cuidadosamente (en dos segundos, bah) a sus presas. Una vez que una mujer atrajo la atención de un hombre por su aspecto físico, hay dos posibilidades: uno, me gustás, vamos a la cama, o dos: quedé absolutamente deslumbrado, sos la mujer de mi vida, vi las lucecitas de colores que siempre les dije a las otras chicas que no veía, etc, etc. Los hombres suelen ser así: blanco o negro, on/off...no hay escala de grises. Perdonen, chicos, mi maldad de hoy: es por una buena causa, créanme. En la cabeza de la mujer, mientras, por lo general pasa algo totalmente distinto. Cuando un hombre la atrae, no hay ningún escenario predeterminado, salvo el de que se cumplió la condición necesaria como para empezar a considerar la cosa (cualquier tipo de cosa, de lo más casual a lo más formal) Puede ser que nos vuelva locas su aspecto, pero a los dos segundos de conversación descubramos que es un salame (convengamos que esto es más rápida y empíricamente demostrable que el verosímil de una imagen mental) y deje de interesarnos...o decidamos irnos con él esa noche, todo puede ser. Las mujeres somos seres emocionales y muchas veces decidimos qué hacer frente a una situación más por nuestra disposición anímica que por los elementos de la situación en sí. Depende de cuán dulces, pragmáticas, lujuriosas, tímidas, racionales o atrevidas nos sintamos ese día...sí, chicos, sobre todo si los acabamos de conocer y no la están remando demasiado. No depende tanto de ustedes...como de nosotras (al menos, en esta instancia). Para una mujer (entiéndase, hablo de una mujer moderna, no de los estereotipos de las telenovelas venezolanas), un hombre que la atrae físicamente es como un múltiple choice: ninguna opción está cerrada de antemano, a no ser que se demuestre lo contrario. La marca que ponemos, de nuestro lado, tiene que ver con cómo se comporta el hombre en cuestión, cómo se desarrollan las cosas y cómo nos sentimos (fundamental esa palabra) nosotras al respecto. Y por cierto que a veces podemos tardar bastante en contestar a, b o c....porque para nosotras, definir lo que queremos con alguien es una cuestión de conocimiento, de tiempo, no de imágenes ideales.

Y acá llegamos al punto donde quería llegar (gracias por la paciencia si leyeron hasta acá!): las mujeres que eligen. Todo el modelo de imagen mental ideal masculina sostiene un paradigma muy vetusto que mantiene a las mujeres en su rol de objetos pasivos, cuya única preocupación deviene, naturalmente, corresponder o no corresponder a esa imagen ideal, que, a falta de otro referente, pasa a ser la que proponen los medios (después se extrañan de que haya tantos casos de bulimia y anorexia, tantas chicas de quince años poniéndose lolas de plástico y otros dislates...) A lo sumo, mientras esperan, pueden prenderle un cirio a la patrona de los imposibles para que aparezca el portador de la imagen mental que, a juicio del caballero, ella representa, y si si el señor en cuestión le resulta poco atractivo, a armarse de paciencia y esperar a que haga su despligue de seducción, a ver si consigue enamorarla....desolador, no?

Cuál es la opción frente a este panorama? No sé, a no ser que tengan vocación de símbolo, o de florero, chicas, a mi modo de ver con animarse a elegir, en vez de esperar ser elegida. Y no transigir en nuestros criterios de selección (de última me parece más entendible un criterio basado en las variables tiempo-conocimiento-emociones-valores, que uno basado en la variable casi excluyente de las imágenes, que, con todo lo que me agrada y me alimenta el mundo de lo visual, me parece un tanto infantil) Dejemos a estos chicos que sigan buscando a su princesa perdida y dediquémonos nosotras a buscar lo que queremos. En mi caso, es un hombre que haya trascendido sus imágenes mentales ideales (y algunas cosillas más...ejem) lo suficiente como para que eso no haga ruido en el desarrollo de una relación. Porque, vieron que buena parte del problema de las relaciones de hoy (y no he visto por ahí ningún librito que le dé bola a esta cuestión) es el mismo de los autos viejos: no arrancan. Difícilmente podremos saber si andar en ese auto está bueno o no...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jeje...como los autos viejos...para que arranque la relación,quizá uno de los miembros deba bajarse y empujar mientras el otro maneja. Los dos son necesarios por igual. Puede llevar más o menos tiempo, dependiendo si va cuesta abajo o cuesta arriba, de la fuerza del que empuja o de la habilidad del conductor. Me alegra que escribas sobre esto y que trates de acercar esos dos universos. Yo creo que sirve para algo.

Eliana dijo...

Ojalá que sí.

Yo pienso que, igual que existen los no lugares, existen las no relaciones...que es esa instancia en que las cosas están terminando antes de empezar. Las relaciones posmodernas son lugares de tránsito, como los aeropuertos, donde uno está, pero no está. Y me parece que hay un hueco ahí, porque la mayoría de los libros hablan de cómo empezar y hacer crecer las relaciones, pero casi ninguno se refiere a lo que pasa esas zonas muertas.

En fin....adónde irán los patos del Central Park cuando nieva...

 
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